lunes, 23 de enero de 2017

Reseña: Gardens of the Moon, de Steven Erikson

Hace por lo menos un par de años, me regalaron los primeros cuatro volúmenes de la saga de fantasía épica Malaz: El Libro de los Caídos, del escritor canadiense Steven Erikson. Era un regalo ideal, porque soy un adicto a ese tipo de historias y porque la serie tiene fama de ser una joya subestimada del género. Sentía pues, mucha curiosidad por leerla y comencé, como es natural, por la primera entrega: Los Jardines de la Luna (Gardens of the Moon).



No fué una lectura fácil. Tuve tres o cuatro salidas en falso. La más frustrante de ellas me llevó a cubrir casi una tercera parte del libro antes de percatarme de que realmente no estaba consiguiendo entender la mitad de lo expuesto y que seguir no solo era inútil, sino un desperdicio de mi tiempo y del material. El libro es así. El mismo autor lo advierte en el prólogo. Pero para entender por qué, hay que revisar cómo fue concebido.

Steven Erikson e Ian Cameron Esslemont crearon originalmente el universo de Malaz como escenario para su juego de rol. Lo llenaron de detalles y mecánicas complejas pensadas para ser entendidas y digeridas como trasfondo al momento en que cada jugador diseña su personaje. Los jugadores siempre tienen, además, el recurso de detener la partida para preguntar directamente si hay algo que no entienden.
Con el lector no se tienen tantas consideraciones.

Mientras Tolkien se toma el tiempo de explicarte qué es un hobbit y por qué vive en un agujero, Erikson comienza de inmediato pasando a la acción y te deja sueltas pequeñas pistas para que vayas haciendo inferencias de cuáles son las reglas, condiciones y hasta la geopolítica que rige su mundo de fantasía.  Semejante aproximación tiene como resultado, primeramente, que uno siente que efectivamente está entrando en un mundo vivo y real, que lleva siglos, si no milenios, lidiando con sus conflictos, sus héroes y sus villanos antes de que llegáramos.  En segundo lugar, permite a la historia ponerse al frente y al centro y a los personajes en primer plano, sin que se los coma la escenografía (que es, ya lo dijimos, abundante y muy detallada),

Y hablando de personajes, hay algunos verdaderamente memorables y todos están muy bien construidos, desde el ingenio histriónico de Kruppe hasta el agotamiento emocional que se adivina en Velajada (Tattersail, en su idioma original). El autor dota a sus personajes principales de motivaciones creíbles y de un desarrollo que se siente natural a lo largo de todo el arco argumental.  Los personajes se cruzan unos con otros no solamente “porque sí”, sino porque sus ambiciones y las acciones que toman para alcanzarlas, sencillamente a veces los ponen a unos contra otros. Considerando el amplio elenco de la obra, esto es un enorme triunfo para el autor.

Erikson usa, para acercarnos más al sentir y pensar de sus personajes, el recurso de ir cambiando al personaje focal a lo largo del texto, alternando ahora con la perspectiva de uno, ahora con la de otro. Y aunque la estrategia cumple su propósito, el estilo poco convencional del autor genera turbulencia innecesaria en la narración y complica la lectura. Me explico:
Mientras George R.R. Martin, en su saga Canción de hielo y fuego permanece con un mismo personaje durante todo un capítulo y comienza señalando claramente desde la óptica de quién estamos experimentando la acción, Erikson puede cambiar de perspectiva en cualquier momento y normalmente no anuncia la transición más que con un salto de línea. El resultado es que las escenas de acción son a veces difíciles de seguir. Desde mi perspectiva, esto es un pecado enorme tratándose de una fantasía épica.

En un libro que enfrenta dragones, hechiceros, dioses, guerreros legendarios y tiranos capaces de someter a todo un continente con su poder, las escenas de acción que están mejor trabajadas son las que enfrentan a espadachines y soldados mortales durante la primera mitad de la novela.
Con esos primeros combates, en donde no hay mucho en juego, Erikson nos demuestra que puede ofrecernos excelente escenas de acción, detalladas y llenas de tensión. Pero por alguna razón decide no continuar con esa tónica hasta el final del libro. El caso de Anomander Rake es particularmente chocante. Un personaje que dió pistas de su verdadera capacidad durante toda la historia y cuando finalmente tiene oportunidad de brillar y enfrentarse a un oponente a su altura, que amenaza una ciudad completa y a todos sus habitantes, Erikson nos aparta de la acción para seguir los pasos de otro personaje. Jamás volvemos a la escena sino hasta el final, casi como si el autor se hubiera acordado tardíamente de ese cabo suelto. Como este ejemplo hay varios más.

Gardens of the Moon es un buen libro, con un mundo lleno y vivo, personajes entrañables y una historia que atrapa. Creo que adolece un poco por decisiones de edición y estilo. El libro se siente como un difícil prólogo que hay que sortear para introducirse en el mundo de Malaz, pero así era como su autor lo quería desde el principio y eso no le quita que, en conjunto, es un trabajo soberbio. Recomendaría su lectura si te gusta la fantasía épica compleja, las historias sobre magia y no te da miedo avanzar por un mundo en donde no siempre está todo claro.
Por mi parte, no puedo decir que amé el libro, o que se volverá uno de mis favoritos; pero sin duda alguna quedé invitado a seguir leyendo la saga y con la espina de la curiosidad clavada. Con diez novelas principales y cinco novelas cortas adicionales, me queda claro que apenas alcanzo a descubrir muy por encima el enorme misterio y la rica historia de Malaz.

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