miércoles, 31 de enero de 2018

Reseña: Ivanhoe, de Sir Walter Scott

La novela caballeresca tiene un je ne sais quoi que irremediablemente me lleva de vuelta a sus páginas una y otra vez. Supongo que algo tendrá que ver en ello el hecho de que uno de los primeros libros que leí fue una adaptación de Ivanhoe para el público infantil, con ilustraciones fabulosas en colores vivos que hacían que los caballeros, lanza en ristre, parecieran querer salirse de las páginas.  Ahora veo sin embargo, que la adaptación no era muy fiel y el texto, con tal de hacerlo accesible, estaba feamente mutilado. En retrospectiva, me tomó demasiado tiempo finalmente acercarme a la novela original de Sir Walter Scott.

El autor de Ivanhoe configuró el género de la novela histórica como la conocemos hoy. De hecho, la dedicatoria de la novela —una jocosa misiva a un estirado (y ficticio) miembro de la sociedad histórica, el reverendo doctor Dryasdust (Seco-como-polvo)— es utilizada en su totalidad para defender su trabajo de mezclar el rigor de la investigación histórica con el oficio y el corazón de un cuenta-cuentos. Ivanhoe no fue su primera incursión en éste nuevo género, pero seguramente al momento de su publicación aún era difícil para un escocés retratar un héroe nacional histórico del calibre de Robin Hood o Ricardo Corazón de León y dejar a todos los corazones del Reino Unido contentos.
Poco tenían que temer los ingleses, sin embargo. La protonovela histórica de Scott era también una novela caballeresca y se sujetaba a todos los cánones del Romanticismo y su exaltación de la figura del caballero medieval y sus hazañas, del amor cortés, del nacionalismo y del honor. 

La novela se desarrolla en los últimos años del siglo XII y Scott demuestra con cada página que comprende el periodo y la circunstancia histórica, tanto en su ambientación como en la mentalidad de la época: 
Inglaterra, a pesar del siglo y medio de distancia, aún tiene heridas abiertas tras la conquista de Guillermo I y está francamente dividida entre los sajones originarios y los normandos invasores. A ese caldo de cultivo se le agrega el hecho de que Ricardo Corazón de León está ausente, preso en Alemania por el emperador Enrique VI mientras volvía de Tierra Santa y que su hermano Juan, que ostenta el poder en su ausencia, está haciendo cuanto puede por arrebatarle la corona definitivamente.



Con éste telón de fondo, se desarrolla al frente y al centro una trama sencilla. Las novelas caballerescas consisten en aventuras simples, que obligan a los héroes a demostrar su determinación y sus habilidades, pero que no exigen un arco de crecimiento personal, ni de aprendizaje. Héroes y villanos son, mayormente, personajes planos con ciertas características que los definen y que variarán poco a lo largo de la novela.
En ese sentido, Scott usa arquetipos clásicos. Tenemos a un Robin Hood que es un pillo con corazón de oro, a un Rey Ricardo cuyo único defecto es quizá tener el corazón aventurero de un caballero andante, al avaricioso judío Isaac, a la dama Rowena que es todo virtud, majestad y belleza y a un Ivanhoe que, como personaje principal, es el epítome del caballero del romanticismo; valiente y honorable hasta el extremo.
El personaje más complejo sea quizás el tempestuoso Brian de Bois-Guilbert, que se debate entre la lujuria y la ambición, que no es capaz de identificar sus propios sentimientos, ni ponerlos bajo control, como correspondería a un caballero de su categoría (características que, por supuesto, corresponden al villano)

Con todo, si tuviera que quedarme con un personaje favorito tendría que ser Wamba, el bufón de Cedric. Wamba tendría que ser objeto de estudio para todo aquel que pretenda entender la labor del bufón y acaso ejercer el arte. Armado con un humor fino, ácido y audaz, protegido sólo por su ingenio y su condición de loco, interviene en momentos justos de manera crítica y a pesar de ser alivio cómico, a la mitad de la novela tiene su momento de brillar. Él, junto con el fraile Tuck, le dan ligereza a un texto que, por la época en la que está escrito, puede llegar a ser denso. ¡Mi favorito!

En resumen, la novela de Sir Walter Scott es un clásico y debe leerse tanto por sus propios méritos, como por lo que significó para la literatura y la creación de todo este nuevo género literario. No creo que podamos entender las sagas de fantasía medieval que vinieron después, sin darle crédito primero a quien trajo al mundo las sagas medievales históricas. ¡Grande Sir Walter Scott!