martes, 20 de junio de 2017

Reseña: Watership Down, de Richard Adams

Con toda honestidad, leí este libro por morbo.
Estoy suscrito a un canal de YouTube titulado History Buffs, que normalmente sube análisis de series y películas de época para examinar su precisión histórica y compararlas con los hechos reales (si no lo conocen, dense una vuelta por alguno de sus videos, no tienen desperdicio y van desde Apolo 13 hasta Vikings). Un día, como parte de un reto lanzado por otro youtuber, apareció en el canal un video titulado “Trauma de Infancia” en donde hablaba de la adaptación cinematográfica del libro y del profundo terror que le causaban algunas de las escenas más gráficas de la película, todo esto mientras reproducía algo del metraje en pantalla.
Intrigado por el contraste entre la violencia desplegada y personajes que normalmente asociamos como criaturas tiernas e inofensivas (conejos), la curiosidad pudo conmigo y conseguí el libro en versión digital en el idioma original.
Quedé gratamente sorprendido por el texto.

Richard Adams puso en papel la historia que les narró a sus hijas en un viaje por carretera y la publicó bajo el título de “Watership Down” (“La colina de Watership”) en noviembre de 1972. Narra la búsqueda de un grupo de conejos que abandonan su madriguera (luego de que uno de ellos tuviera una visión profética del campo donde habitan bañado en sangre) así como las dificultades que enfrentan para establecer una nueva colonia por su cuenta.
Fue su primera novela, ha vendido más de cincuenta millones de copias y fue aclamada internacionalmente por revigorizar la ficción antropomórfica y el naturalismo. Tiene sentido, considerando que Adams laboraba en la Secretaría de Medio Ambiente de Reino Unido al momento de escribirla.

Adams utiliza el recurso que antes utilizó Kipling para “El Libro de la Selva”: sus personajes permanecen animales por entero en apariencia, costumbres e impulsos. Si pueden comunicarse entre ellos, si podemos escuchar sus pensamientos y entender sus motivaciones, es enteramente una dádiva del autor en beneficio del lector. Estos son conejos, no seres humanos con apariencia de conejos. La precaución es una forma de vida porque la muerte es una compañera constante y nunca está demasiado lejos. Cualquier cosa que se cuente por encima de cuatro la consideran incontable (la palabra que va después del cuatro en lapino, el idioma ficticio de los conejos, se traduce literalmente en “incontablemente muchos” o “mil”). Creen que los automóviles, tractores y segadoras son gigantescos animales. Y el “genio técnico” del reparto de personajes apenas se acerca a comprender algo de física básica (usar un madero para flotar y cruzar un río).

Sin embargo, a pesar de las limitaciones que la madre naturaleza ha impuesto en sus personajes, Adams construye con ellos arcos argumentales sólidos. Los personajes crecen y aprenden naturalmente a lo largo de la historia y van cayendo en sus roles dentro del grupo de manera natural sin que nada se sienta forzado. Cada conejo tiene una personalidad bien definida, y las interacciones resultan siempre convincentes. Sirve, por supuesto, que haya utilizado como plantilla a gente real a la que llegó a conocer muchísimo mientras trabajaban juntos en un ambiente adverso (el pelotón del que formó parte durante la Segunda Guerra Mundial).

De las partes que más me gustaron del libro y que sin duda contribuyen a que entendamos la psique de los lagomorficos personajes y nos identifiquemos con ellos más fácilmente, son los diferentes pasajes (fábulas) que van intercalados en la historia principal. Estos pequeños episodios los protagoniza El-ahrairah (“El Príncipe de los Mil Enemigos” en lapino); padre de todos los conejos del mundo y responsable, en gran medida, de su suerte y azarosa existencia. Se trata de una figura heróica mítica que encarna las mejores virtudes de un conejo y se vuelve una figura aspiracional para nuestros personajes. Un personaje subversivo, ágil de mente y propenso a salirse con la suya a través de engaños, disfraces y cuanta artimaña se le ocurre; pero también es valiente y sumamente protector de su gente (imaginen un punto intermedio entre Bugs Bunny y Leónidas, de 300 y ya tendrán una idea)

Las leyendas que escuchamos tocan desde el mito de la creación del conejo hasta el descenso de El-ahrairah a Inlé (el inframundo) para conocer al Conejo Negro (la muerte). Con ellas, se nos deja entrever un complejo sistema de creencias que rige y contribuye al crecimiento de los personajes (incluso ya en el epílogo)

El libro es preciso en sus descripciones y maravillosamente bien documentado tanto en el comportamiento natural de los animalitos, como en el escenario donde se desarrolla la historia (Watership Down es un sitio real en el condado de Hampshire, al sur de Gran Bretaña y quienes lo conocen aseguran que lo escrito en el libro es inquietante por lo exacto) En definitiva es una lectura que recomendaría, porque es pionera en el género de aventuras moderno y no flaquea en ningún capítulo, manteniendo la tensión hasta el final. En definitiva, después de leerlo, no volverás a ver la campiña igual.

"My Chief  Rabbit told me to defend this run and I won't move unless he says so."
["Mi Conejo Jefe me dijo que defendiera este túnel y no me moveré hasta que él me lo pida"]
Arte original de LadyFiszi

lunes, 29 de mayo de 2017

Reseña: The Witcher, de Andrzej Sapkowski

Andrzej Sapkowski (nacido el 21 de junio de 1948) comenzó su carrera literaria como traductor, principalmente de ciencia ficción. Su primer historia corta la escribió casi por accidente, para un concurso para la revista Fantastyka. Se titulaba “The Witcher” y narraba la primera de las aventuras de Geralt de Rivia, un hombre mutado a través de magia, extenso entrenamiento y la ingesta de elixires nada saludables para volverse un experto mercenario cazador de monstruos, un “Witcher”.
Como la historia fuera todo un éxito una vez publicada, Andrzej siguió escribiendo historias cortas, ampliando el universo que había creado para su personaje y conformando los dos libros que leí: The Last Wish (El último deseo) y Sword of Destiny (La espada del destino).

El mundo de The Witcher puede considerarse pionero (el primer libro es de 1993) de las ambientaciones más oscuras y realistas que se han puesto tan de moda últimamente. Sí, es un mundo de fantasía medieval, pero toma muchos de los elementos de la mitología y cultura eslavas, y hace deconstrucciones de los cuentos de fantasía de Andersen o los hermanos Grimm, que no siempre acababan bien para sus protagonistas, cuando no son directamente tragedias.
La historia, además, se cuenta desde los ojos de Geralt, quien es tratado como un plebeyo cualquiera en el mejor de los casos, y como un apestado apenas humano en el peor, por culpa de las mutaciones de las que fue objeto durante su formación.
 
Si la novela es punta de lanza en la ambientación agridulce, permanece conservadora en el diseño del personaje principal. Geralt es un héroe a la antigua, abnegado a un triste destino, negándose a matar si no es por necesidad, intentando agotar las vías diplomáticas antes de desenvainar e interesándose genuinamente por sus "clientes", su bienestar y la coexistencia pacífica entre especies capaces de inteligencia. Un héroe así, en un mundo como el de The WItcher, brilla aún sin necesidad de una armadura lustrada y se vuelve una figura trágica con la que uno no siempre puede identificarse, pero en la que siempre encuentra inspiración. Con Geralt, cada historia corta se vuelve una fábula y de todas se puede aprender algo.

Al “Witcher” lo acompañan una plétora de personajes muy bien construidos, con mucha personalidad, sus propios intereses y motivaciones. Destacar a Dandelion, que se vuelve fuente constante de alivio cómico y brújula moral para el protagonista en temas de amores  y relaciones humanas —área donde nuestro Geralt adolece particularmente—; y a Ciri que, sencillamente, se robó mi corazón (y el de Geralt) desde que tuvo sus primeras líneas de diálogo. Es imposible no acabar amando a la, a veces caprichosa, pero siempre brutalmente honesta, princesita.

Los personajes están tan bien construidos, de hecho, que es posible tener una larga conversación sin que sea necesario especificar quién ha dicho qué. Uno sencillamente lo sabe por la entonación, por las palabras que usa y por lo que dice. Esto es un acierto para la prosa y para la historia en general, porque fluye sin problemas y desvela y nos deja adivinar los conflictos internos de los personajes sin detenerse a explicarlos. El resultado es una obra plagada de acción y extremadamente rica en detalles, pero que se lee de manera fluída y casi sin esfuerzo.

Después de leer dos de sus antologías de historias cortas, puedo decir sin miedo a que suene a exageración que Andrzej Sapkowski merece un pedestal en la historia de la fantasía medieval moderna. Su efigie y obra no desentonarían junto a las de J.R.R. Tolkien, Robert E. Howard o George R.R. Martin. El universo que ha creado para su serie insignia, The Witcher, es tan rico como el de cualquiera de sus colegas y si bien su prosa es sencilla, es brutalmente efectiva.

¿Recomendaría sus libros? ¡Por supuesto! Más aún ahora que Netflix ha anunciado una serie basada en ellos. Si te gusta el género son imperdibles. Si no te gusta, bien podrían hacerte cambiar de opinión. Así de bueno es.



viernes, 10 de marzo de 2017

Anecdotario: Combate Histórico Medieval - Parte 2: La Lucha Armada

En la primera parte hablé de cómo uno se va introduciendo al mundillo medieval; de cómo el deporte, para vivirse al máximo, exige un alto grado de dedicación y compromiso y de que puede llevar un cierto tiempo de adaptación y aprendizaje. Lo que en su momento no expliqué es que, al menos para mí, ese proceso fue también como dejar una olla de presión sobre fuego lento.
Yo me había unido a Ala Roja con la esperanza de luchar, de armarme como caballero y sentir en carne viva la adrenalina del combate, el corazón saliéndose del pecho en anticipación a la batalla. Así que, aunque disfruté todo el proceso, del tiempo de preparación y la larga espera por reunir todas las piezas de la armadura; todo fue sumando a esa inquietud original por la que entré al equipo. Quizá por eso sea tan vívido mi recuerdo de cuando finalmente ocurrió.


Fue en Oxtotipac, un pueblito del Estado de México, cercano a Teotihuacán y célebre por la joya de arquitectura colonial que es el Exconvento de San Nicolás. Algo tiene de mágico o de poético que haya sido en ese sitio, a la sombra de nuestro pasado más “medieval” (con sus matices, no se me pongan puristas), que tuve, casi por accidente, mi bautizo de sudor y acero.


No estaba programado que yo peleara aquella tarde. Al cuarto para la hora, uno de mis compañeros de otro equipo (si estás leyendo esto, va un abrazo Hugo) decidió que no estaba en condiciones de participar y generosamente me cedió la armadura que había llevado, para que no quedara sin usar y para completar el número de peleadores requeridos en el equipo.


Dependiendo del modelo, una armadura puede pesar entre 20 y 40 kilos, más o menos. Creo que no hay mejor manera de apreciar la gravedad de lo que estás haciendo que sentir ese peso sobre tus hombros. Cada movimiento requiere un pequeño esfuerzo extra que te hace muy consciente de en dónde estás y qué va a pasar a continuación. Más aún si ves al resto de tus compañeros haciendo lo mismo.
No deja de haber un ambiente festivo mientras todos se están armando. pero definitivamente es más subyugado. La tensión aumenta. Hay gente haciendo ajustes de último minuto: una correa, un remache que se soltó durante el traslado. Otros se toman el tiempo de hacer calentamiento previo, como en todo deporte de alto rendimiento. Los más sencillamente encuentran en el proceso de armarse una buena manera de aislarse del exterior y concentrarse.


Yo temblé de nervios durante todo el laborioso proceso de cubrirme de acero para el combate. Muchos de los otros peleadores con los que iba a compartir la liza eran veteranos incluso de torneos internacionales y mi mayor preocupación era no hacer el ridículo; seguida muy de cerca por la de acabar la jornada entero y en pleno uso de mis facultades. (Como la armadura era prestada, no terminaba de cubrirme a la perfección y yo tenía que volver a Guadalajara ese mismo día)


La última pieza que me colocaron fue el yelmo, justo antes de entrar en la liza.


La armadura podrá cubrir el 90% del cuerpo, pero es el yelmo el que verdaderamente te aisla del exterior. Dependiendo del modelo, tu visión se reduce drásticamente y se limita a lo que tienes frente a tí. Un grueso acolchado ahoga cualquier ruido exterior y te hace muy consciente de tu propia respiración agitada y del rozamiento de las placas de acero con cada uno de tus movimientos.


En esos momentos, con el yelmo ya en su lugar y justo antes del combate, eres tú y tus pensamientos: La calma antes de la tormenta, el cuerpo tenso en anticipación, el corazón bombeando con un ritmo poderoso, poderoso y constante, como tambor de guerra.


“Start fight!”
Quizá no alcanzas a escuchar el grito, pero observas cómo se levanta la bandera amarilla y te pones en movimiento. Intentas ubicar tu objetivo en la formación rival, que ya avanza sobre tí. Escuchas el griterío del público como ruido de fondo, sin poder distinguir voces ni palabras. El enemigo sigue acercándose, alzas tu arma… y embistes.


Como Tanque (uno de los roles dentro de la formación del equipo y la posición que yo desempeñaba), tu labor es la de contener y resistir los golpes de los elementos más peligrosos del adversario. Entretenerlos, derribarlos si es posible. Usas tu peso, tu fuerza física, para imponerte en un combate cercano.
Tan cerca de la línea de escaramuza, es fácil perder la noción de lo que está ocurriendo en el resto de la liza, te concentras en lo que tienes enfrente y todo lo demás desaparece El griterío se vuelve el ruido de fondo de un gigantesco campo de batalla. Recibes los primeros golpes, los sientes sacudir tu armadura y dispersarse a lo largo del acolchado. Estás bien, estás seguro. No pueden herirte. Esa revelación te impulsa, despierta un espíritu que siglos de civilización y modernidad han relegado a lo más profundo de tu conciencia y que los pantalones de vestir, la corbata y la taza de café por las mañanas en la oficina te han hecho creer que ya no posees.





A riesgo de sonar como un completo psicópata, uno comienza a disfrutar del combate. El sonido metálico de un bardichazo bien acomodado te pone una sonrisa en los labios lo quieras o no; ya no hablemos de la gigantesca satisfacción de dejar a alguien tendido en medio de la liza porque no pudo contigo. Cuando finalmente te derriban, creo que duele más el orgullo y la frustración de no poder continuar, que el golpe con el que te dejaron fuera de combate.


En Oxtotipac me tocó derribar y ser derribado probé las mieles y la hiel, y estaba tan entusiasmado que ni el cansancio ni los golpes me detuvieron. Al final nos alzamos con un segundo lugar (¡Un abrazo a los integrantes de la Alianza del Jabalí Alado del Imperio Rojo!) Lo que porbablemente te deje más sorprendido de este deporte, sin embargo, es lo que ocurre después… Pero esa, es una historia que dejaré para la tercera y última parte de esta serie.

¡Nos leemos la próxima!

miércoles, 8 de febrero de 2017

Anecdotario: Combate Histórico Medieval - Parte 1: Deporte y Cultura


Hay situaciones, actividades, o experiencias en mi vida que encuentro dignas de compartirse; ya sea porque son graciosas, porque me han hecho reflexionar, o porque las reconozco como hitos que han dado forma a la persona que soy hoy. En este blog incluiré algunas de estas ocasiones en el “Anecdotario”. Esta es la primera entrada del mismo.

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Hace poco más de dos años que conocí el Combate Histórico Medieval (HMB, por sus siglas en inglés). Se trata un deporte de contacto moderno en el que los participantes intentan replicar, con la mayor precisión histórica, los torneos de caballeros de hace más de 500 años.
Dí con el deporte casi por casualidad, a través de un video en YouTube de Batalla de las Naciones, el “mundial” de la especialidad. Cubiertos de armaduras de época, engalanados con vistosos y coloridos tabardos y armados con todo tipo de ingeniosos objetos contundentes (las normas, por seguridad, prohíben que las armas tengan filo), atletas de distintas naciones, edades y orígenes se reunían una vez al año para una demostración de fuerza, condición y habilidad en la que se jugaban no solo el primer sitio del torneo, sino el orgullo nacional.


Como fanático de todo lo medieval quedé completa e inevitablemente prendido ahí y entonces.

Mi romance con la Edad Media, sin embargo, había comenzado mucho antes. Su origen exacto está medio perdido en aquella época en la que somos tan pequeños, que ya de adultos no podemos recordar con claridad. Me parece a mi, aún así, que mi enamoramiento inicial tuvo dos culpables claros: Tolkien, que con su prosa y un pequeño hobbit, me abrió la puerta al universo de la literatura fantástica y me llenó la cabeza de héroes, elfos, dragones y espadas legendarias; y el Age of Empires II, el juego que tradujo las vidas de Genghis Khan, Saladino, Juana de Arco y otras figuras históricas en maravillosos episodios interactivos muy accesibles y que detonó una insaciable curiosidad y un profundo respeto por la historia. A partir de ahí, todo fue cuestión de alimentar la adicción con cuanta película, novela histórica o de fantasía medieval, exposición museográfica o libro académico se me cruzara.

Con todo y a pesar de mi entusiasmo, había una clara diferencia entre conocer el mundo medieval y vivirlo. Diferencia que yo consideraba insalvable (por los nada despreciables cinco o seis siglos que separan nuestra época actual con la era de los caballeros), hasta que conocí el Combate Histórico Medieval.

Porque sí, en esencia es un deporte, pero tiene un componente cultural y vivencial muy importante. El entrenamiento físico y técnico (fortalecer el cuerpo, las posturas de guardia, la manera correcta de usar un escudo, el juego de pies necesario para ponerse en ventaja) se complementa con el requisito de reproducirlo todo con la mayor precisión histórica posible: técnicas de esgrima basadas en tratados de maestros de la época, armaduras y materiales que deben tener un símil y justificación históricas, así como coincidir en época y región geográfica.

El deporte te lleva a tener contacto con un montón de gente igualmente apasionada con su trabajo y con la historia, desde curtidores y armeros, hasta quien se afana en producir una cerveza artesanal con la receta de las tabernas de la época. Cuando todo ese esfuerzo y ese amor se concentra en uno de nuestros eventos, el resultado final es tan genuino, tan intenso, que uno realmente siente que ha dado un salto hacia atrás a la história. Es una experiencia única que realmente me hace feliz.

PD: Si no has tenido esa experiencia o te gustaría tener esa sensación de que un libro de historia ha vuelto a la vida, no dudes en acompañarnos en alguno de los múltiples eventos que organiza esta magnífica comunidad a todo lo largo y ancho del país. (El más próximo es en Guadalajara el 19 de febrero ¡Más información en la página del evento en Facebook!) Te aseguro que no te vas a arrepentir.


PD2: Si a tí te llamó la atención eso de convertirte en caballero y experimentar el arte del combate en armadura ¡Échanos un grito! La Alianza del Ala Roja es el equipo representativo de Guadalajara de la Asociación Mexicana de Combate Histórico Medieval. ¡Estaremos encantados de saludarte!

lunes, 23 de enero de 2017

Reseña: Gardens of the Moon, de Steven Erikson

Hace por lo menos un par de años, me regalaron los primeros cuatro volúmenes de la saga de fantasía épica Malaz: El Libro de los Caídos, del escritor canadiense Steven Erikson. Era un regalo ideal, porque soy un adicto a ese tipo de historias y porque la serie tiene fama de ser una joya subestimada del género. Sentía pues, mucha curiosidad por leerla y comencé, como es natural, por la primera entrega: Los Jardines de la Luna (Gardens of the Moon).



No fué una lectura fácil. Tuve tres o cuatro salidas en falso. La más frustrante de ellas me llevó a cubrir casi una tercera parte del libro antes de percatarme de que realmente no estaba consiguiendo entender la mitad de lo expuesto y que seguir no solo era inútil, sino un desperdicio de mi tiempo y del material. El libro es así. El mismo autor lo advierte en el prólogo. Pero para entender por qué, hay que revisar cómo fue concebido.

Steven Erikson e Ian Cameron Esslemont crearon originalmente el universo de Malaz como escenario para su juego de rol. Lo llenaron de detalles y mecánicas complejas pensadas para ser entendidas y digeridas como trasfondo al momento en que cada jugador diseña su personaje. Los jugadores siempre tienen, además, el recurso de detener la partida para preguntar directamente si hay algo que no entienden.
Con el lector no se tienen tantas consideraciones.

Mientras Tolkien se toma el tiempo de explicarte qué es un hobbit y por qué vive en un agujero, Erikson comienza de inmediato pasando a la acción y te deja sueltas pequeñas pistas para que vayas haciendo inferencias de cuáles son las reglas, condiciones y hasta la geopolítica que rige su mundo de fantasía.  Semejante aproximación tiene como resultado, primeramente, que uno siente que efectivamente está entrando en un mundo vivo y real, que lleva siglos, si no milenios, lidiando con sus conflictos, sus héroes y sus villanos antes de que llegáramos.  En segundo lugar, permite a la historia ponerse al frente y al centro y a los personajes en primer plano, sin que se los coma la escenografía (que es, ya lo dijimos, abundante y muy detallada),

Y hablando de personajes, hay algunos verdaderamente memorables y todos están muy bien construidos, desde el ingenio histriónico de Kruppe hasta el agotamiento emocional que se adivina en Velajada (Tattersail, en su idioma original). El autor dota a sus personajes principales de motivaciones creíbles y de un desarrollo que se siente natural a lo largo de todo el arco argumental.  Los personajes se cruzan unos con otros no solamente “porque sí”, sino porque sus ambiciones y las acciones que toman para alcanzarlas, sencillamente a veces los ponen a unos contra otros. Considerando el amplio elenco de la obra, esto es un enorme triunfo para el autor.

Erikson usa, para acercarnos más al sentir y pensar de sus personajes, el recurso de ir cambiando al personaje focal a lo largo del texto, alternando ahora con la perspectiva de uno, ahora con la de otro. Y aunque la estrategia cumple su propósito, el estilo poco convencional del autor genera turbulencia innecesaria en la narración y complica la lectura. Me explico:
Mientras George R.R. Martin, en su saga Canción de hielo y fuego permanece con un mismo personaje durante todo un capítulo y comienza señalando claramente desde la óptica de quién estamos experimentando la acción, Erikson puede cambiar de perspectiva en cualquier momento y normalmente no anuncia la transición más que con un salto de línea. El resultado es que las escenas de acción son a veces difíciles de seguir. Desde mi perspectiva, esto es un pecado enorme tratándose de una fantasía épica.

En un libro que enfrenta dragones, hechiceros, dioses, guerreros legendarios y tiranos capaces de someter a todo un continente con su poder, las escenas de acción que están mejor trabajadas son las que enfrentan a espadachines y soldados mortales durante la primera mitad de la novela.
Con esos primeros combates, en donde no hay mucho en juego, Erikson nos demuestra que puede ofrecernos excelente escenas de acción, detalladas y llenas de tensión. Pero por alguna razón decide no continuar con esa tónica hasta el final del libro. El caso de Anomander Rake es particularmente chocante. Un personaje que dió pistas de su verdadera capacidad durante toda la historia y cuando finalmente tiene oportunidad de brillar y enfrentarse a un oponente a su altura, que amenaza una ciudad completa y a todos sus habitantes, Erikson nos aparta de la acción para seguir los pasos de otro personaje. Jamás volvemos a la escena sino hasta el final, casi como si el autor se hubiera acordado tardíamente de ese cabo suelto. Como este ejemplo hay varios más.

Gardens of the Moon es un buen libro, con un mundo lleno y vivo, personajes entrañables y una historia que atrapa. Creo que adolece un poco por decisiones de edición y estilo. El libro se siente como un difícil prólogo que hay que sortear para introducirse en el mundo de Malaz, pero así era como su autor lo quería desde el principio y eso no le quita que, en conjunto, es un trabajo soberbio. Recomendaría su lectura si te gusta la fantasía épica compleja, las historias sobre magia y no te da miedo avanzar por un mundo en donde no siempre está todo claro.
Por mi parte, no puedo decir que amé el libro, o que se volverá uno de mis favoritos; pero sin duda alguna quedé invitado a seguir leyendo la saga y con la espina de la curiosidad clavada. Con diez novelas principales y cinco novelas cortas adicionales, me queda claro que apenas alcanzo a descubrir muy por encima el enorme misterio y la rica historia de Malaz.

lunes, 16 de enero de 2017

De mi, de mi hoguera y de mi blog

Leo desde que tengo memoria. Leo por saciar mi curiosidad, por vivir otras cosas, por experimentar otras culturas y conocer otras ideas. Leo por apartarme de mi mismo para poder verme y entenderme mejor. Leo porque la lectura me transforma y me hace crecer. Leo, ultimadamente, por bendita costumbre.

Para mi leer siempre ha tenido algo de mágico. Pasamos los ojos por diferentes grupos de grafías debidamente ordenadas y conforme lo hacemos se ordenan ideas e imágenes en nuestra mente. Cuando leemos “árbol” concebimos formas y colores, características físicas de algo que no existe sino como reflejo de la realidad. La palabra como tal desaparece, transmuta. No pensamos que árbol tiene cinco letras y lleva tilde. Pensamos en ramas que se extienden hacia el cielo, en hojas cargadas de rocío, en gruesas raíces que se hunden y serpentean en la tierra húmeda y oscura. Permanece el concepto, la idea, pero no los caracteres, las letras.

Leer es arrojar palabras a una hoguera que arde en medio de la total oscuridad. Con cada palabra las llamas crecen y el círculo de luz se expande. Iluminados por nuestra hoguera, comienzan a aparecer a nuestro alrededor los conceptos, las ideas que llevaban esas palabras consigo y que el fuego ha liberado de su encierro. De ahí viene, creo, la expresión “dejarse atrapar” o “quedar absorto en la lectura” Lo que imaginamos nos rodea, nos envuelve y nos fascina; y como no podemos dejarlo ir, seguimos echando palabras a la hoguera.

Algunas veces me ha llegado a ocurrir, con alguna obra particularmente buena o reveladora, que las llamas no se apagan cuando yo cierro el libro. De hecho permanecen encendidas, a veces como un calentador para el corazón, a veces como linterna arrojando luz sobre una verdad que recién descubrí y no puedo dejar de contemplar.

Creo que por eso empecé a escribir. Por ser luz, por compartir algo de lo que mi hoguera me muestra a diario. Quiero pensar que si dejo regadas por aquí mis palabras alguien tendrá a bien recogerlas y usarlas como combustible para alimentar y contrastar sus propias ideas o para explorar otras. Si consigo eso, ser una pequeña luz en la mente de otra persona (así sea una luz efímera e inútil), entonces habrá valido la pena.

Dos advertencias, sin embargo:
1.- No puedo garantizar el contenido del presente blog. Hablaré aquí de lo que tenga a mano, de lo que hago a diario, de lo que opino, de lo que invento y de lo que me gusta. Quizá presente mundos de fantasía un día y realidad cruel al siguiente. Mi único lector tendrá que disculparme si encuentra algo que no quiere entre el montón de entradas pero no puedo limitar a mi propia hoguera en beneficio de la suya. Por supuesto estará todo debidamente ordenado con sus respectivas etiquetas, para que pueda ser selectivo.

2.- Tampoco puedo comprometer fechas de entrega. Hago esto como un divertimiento, no por la presión de cumplir con fechas límite. Aún así, creo que estaré escribiendo por lo menos un par de entradas al mes, dependiendo de muchos factores.

Si aceptas esas dos condiciones, querido lector, bienvenido. Siéntate frente al hogar y vamos a ver qué distinguimos entre las llamas.